LOLA Flores se quedó con el entusiasmo de sus admiradoros linenses. Y se quedó también con el deseo de volver a esta ciudad para complacer a cuantos no pudieron verla y oiría por haber actuado solo una noche. La noche del domingo pasado estaba el Teatro Parque rebosante de palmas y oles. El espectáculo que capitanea la Lola está dentro de los cánones del auténtico costumbrismo gitano. Los Cármenes de Granada, más refinados y artísticos, se habían trasladado al escenario del Parque para darnos la medida justa de su enjundia y tipismo, excelentes bailarines —Faíco, el primero—, cantantes - Farina, el campeón—, hicieron de su cuerpo un primor de «ardiente elasticidad», desatando el ardor apasionado y admirativo de la multitud. Trenzaron con sus pies los «flamencos» las alegres filigranas de la guitarra. Paralizaron el aire, absorto, las coplas de Carmen Flores, y el conjunto era un todo disciplinado dentro del ambiente reinante.
La reina era Lola, naturalmente. ¡Y qué reina! No se sabe como lo hace ni bajo que embrujo esconde la fulgurante llamarada de su cuerpo... Pero Lola es eso... Lola Flores. Ya habíamos advertido que su actuación levantaría una polvareda de voces entusiásticas y estruendosos aplausos. Era mucha la animación que existía ante la llegada del «Torbellino».
El paso de Lola Flores por La Línea ha dejado un reguero de emoción entre sus incondicionales. Se despidió del público, a través del «micro», instalado entre bastidores. Y dijo que estaba contentisima por el éxito y por el cariño de sus admiradores linenses.
Añadió que había hecho dos película y que pronto marcharía por tres años al Nuevo Mundo. «Allí hay muchas máquinas, mucha gente masticando chicle, pero este salero, esta gracia que tenemos aquí, ni hablar».
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| periódico AREA del sabado 02 de marzo de 1957 en su página 7 |
Luis Javier Traverso
Gracias a la Colaboración del Archivo Municipal de la Línea de la Concepción
