jueves, 1 de septiembre de 2011

Un Paseo a la Línea de la Concepción 1884

Artículo publicado en el periódico "El Mono" del miércoles 11 de junio de 1884

Comimos; tomamos uua agradable taza de café en el espacioso y elegante Universal, propiedad de D.  Federico Bado; encendimos un excelentísimo cigarro procedente de la tabaquería de los Sres. Stagueto y Silva, y veloces como el rayo tomamos Calle Real abajo hasta hacer una corta parada en la plazuela del Mercado.


Eran las cuatro.


Nuestra vista se afanaba por descubrir un algo, cuyo algo no existia, ó, al menos, no estaba en estado de satisfacernos.


Este algo, eran los coches Ripert, que luego nos enteramos no habian empezado aún á funcionar, no sabemos por qué motivos.


Lamentando esta contrariedad, dimos algunos pasos y se nos presentó un cochero ¡qué cochero! de fijo habia pasado sino toda su vida, la mayor parte, limpiando el hollin de las chimeneas, á juzgar por lo tiznado que estaba.


Acercó el vehículo, si así puede llamársele á un coche viejo y carcomido tirado por un penco muerto y después de habernos advertido con cierta socarronería que cobraba á real de plata por asiento, entramos en el infernal carruaje (dimos con el nombre), y un salto aquí, una embestida allá, nos encontramos vivos, al parecer, en las puertas de la Linea.


Nos apeamos y...¡ aquí fué Troya ! Ni Lagartijo, Caraancha, Mazzantini y cuantos toreros célebres hay en España, dan más pases de muleta, verónicas y quites que los que nosotros nos vimos obligados á dar para evitarnos el ser atropellados por los carruajes; tal es la apiñada piña que se forma de estos en aquella entrada, atentatoria en alto grado a la vida del pacífico transeunte.


(Entre paréntesis, Sr. Alcalde: las puertas requieren alguna más vigilancia; estando los coches estacionados con orden pudieran evitarse desgracias que de otro modo son muy fáciles de acaecer.)


Pasado este peligroso peligro, que pudo haber sido causa He desgracias desagradables, (¡ojo, Guardian) y después de haber sufrido un ataque registratorio-descortés por un carabinero, entramos en la población.

Amantes ante todo al antropofagonismo (¡ bonita frase !) nuestra vista se dilató en la inmensidad de...las buñolerías que figuraban en primer término á la izquierda. ¡ Qué ricas tiendas ! ¡ Qué buñoleras, tan regordetas y coloradotas! Vamos, vamos, que la boca se nos hace agua. (No te sonrías maliciosamente, lector, que aludimos á los buñuelos, no á las buñoleras, sin embargo de que estas no nos desagradan ¡cuidado !)


Después...después fué.¡ la mar ! lo que vimos en aquella plazuela, mereciendo especial mención dos magnificas y bien surtidas abaniquerías.


Subimos á la plaza alta y tropezamos con un lucido y suntuoso pabellon, adornado con elegancia y buen gusto, destinado, según nos dijeron, á albergar lo más distinguido y elegante de aquella villa. ¡ Qué honor para una techumhre improvisada ! ¡ Qué gozo no experimentaría aquello al sentir el divino efecto producido por las delicadas pisadas de las lindísimas jóvenes que al compás de los armoniosos acordes de la música se deleitarían esparciéndose en multitud de parejas !


Pero abandonemos estos embriagadores pensamientos, y con ellos la plaza alta y entremos en calle Real.
 Ah ! ....bellísimo, sublime, encantador es el golpe de vista que presenta esta calle ! Arcos triunfales, escudos, adornos de diversas formas, multitud de farolillos venecianos simétricamente colocados, en fin, el buen gusto desafiando a la elegancia, cuyo reto es admitido por esta, á juzgar por las innumerables y agraciadísimas jóvenes que se pasean estasiadas de admirar tanta belleza !
 Prum ! tropezó y cayó ! ¿Quién demonio tuvo la humorada de alfombrar la calle con estas yerbas? preguntó uno á nuestro lado. Y tenia razon el hombre, porque á los pocos pasos advertimos que la yerba se hacia montañas, capaces de hacer sufrir un rudo batacazo al mas fornido transeúnte.

Esperamos que yerbas criminales
no volverán á tapizar mas suelos.


Seguimos adelante, pero de pronto hirió nuestro oido una estentórea voz que decía : "jugarle!" "moneda por moneda" "¡ peseta por peseta!"  "duro por duro"! Un rayo que hubiera caido á nuestras plantas nos hubiera hecho menos efecto que las anteriores palabras !

(Otro, paréntesis. Sr, Alcalde; El asqueroso vicio del juego, espuesto públicamente, es el mas descarnado antítesis de la cultura de los pueblos.   Basta y sobra.)

Pero aun el cielo nos tenia reservado el último golpe, el golpe más fatal. Cuando nos separábamos precipitadamente del antedicho lugar, donde sa rendía culto al mas depravado vicio, en presencia de las mismas autoridades, héte aquí que nos encontramos frente á frente con la procesión. Nuestro primer intento fué huir ó refugiarnos en cualquier establecimiento durante pasaba ésta; más fué imposible; el inmenso gentio que se agolpó nos cortaba la retirada y tuvimos que resignarnos á presenciar un acto pantomímico revestido con la más supina ignorancia.


Y aquí nos tienen ustedes, carísimos lectores, obligatoriamente arrodillados, con la cabeza descubierta, tan solo sometidos á la razón de la fuerza, pues de otro modo, nuestras rodillas, aunque débiles, jamás se hubieran inclinado para reverenciar al más ridículo padrón de la civilización y el progreso.


Pero, señores; ¿ no es una injusticia, ana arbitrariedad que no conoce límites, el forzar la conciencia del individuo en medio de una vía pública, obligándolo (si á manos viene á fuerza de sablazos) á inclinarse y reverenciar un acto en el cual no cree porque es una pura patraña y cuya tendencia conduce únicamente á ridiculizar la religión ?

¡ Vergüenza tanta !


Desde este momento, el placer huyó de nosotros, la alegria se transformó en tristeza, y ni aún tuvimos gusto para detenernos á admirar los preciosos fuegos artificiales, que, seguo nos cuentan, presentaron un efecto maravilloso.
Hasta otro dia.
                                                                                                                   Serafín.





                                                                    Luis Javier Traverso





Documento cedido por  Juan Manuel Ballesta

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