sábado, 31 de diciembre de 2011

Periódico "El Mono" Breves noticias y Anuncios

Miercoles 21 de julio de 1875

Malas bromas.   Antes de anoche se cambiaron algunos tiritos entre los carabineros españoles y las avanzadas inglesas resultando un carabinero herido; aun se ignora lo que puede haber dado causa á esta colisión, que de cualquier modo es séria.
Cuando sepamos a ciencia cierta la verdad del hecho nos apresuraremos a darle publicidad.

El Problema del Polvo en la Velada del 1921

En el primer número de el periódico "El Estrecho de Gibraltar" publicado el 11 de julio de 1921 entre varios artículos aparece este que veo bastante curioso:


DE LA VELADA
El Problema del Polvo

Como más viejo en La Linea, le presento á ustedes al Sr. Casal, o a Casal a secas, como familiarmente, ya  le llámamos. Este señor Casal, que, dicho sea de paso, en el periodismo no es el indocumentado que llega en el último tren con patente de osado, al solicitar mi modesta ayuda para éste periódico, me ha encargado que en mis primeras cuartillas diga algo sobre la próxima Velada; pero como ya no hay tiempo material para espolear el celo y el entusiasmo de los distinguidos señores que forman la Comisión de festejos, presidida este año por don Juán Borgoñón, asunto que encajaría perfectamente en este artículo, recomendando á esos caballeros nuevas orientaciones, nuevos rumbos e iniciativas que se salieran de los moldes rutinarios del programa, apuntaré algunas palabras sobre lo que yo he querido titular el problema del polvo, problema que por no tener nada de complejo hay tiempo de resolver y debe resolverse para comodidad, higiene y economía de los linenses y especialmente de los forasteros que nos visitan en estos dias de fiestas.
 
Hay que idear medios señores ediles y señores de la Comisión, para que no aspiremos en él paseo que constituye el Real de la Velada, verdaderas nubes de polvo, azote de nuestros trajes y de nuestros pobres pulmones, acentuadas y más molestas a la salida de los espectáculos taurinos, cuando la aglomeración de gente allí es más numerosa. 
Echad en el piso arena gorda, zahorra, abundante agua, o lo que ustedes quieran; pero por Dios, por los clavos de Cristo, que desaparezca ese polverío que nos ahoga y nos estropea el trajecito de feria....
 
¡Y yo creo que no hay derecho, caballeros!

                                                                               Francisco SALAS.







                                                                     Luis Javier Traverso
http://lalineaenblancoynegro.com



Gracias a la Colaboración del Archivo Municipal de Algeciras

jueves, 22 de diciembre de 2011

Bronca Andaluza ó ¡no Pasa ná!

Artículo aparecido en "la Crónica de Madrid" del 11 de diciembre de 1932

Cuento por Luisa Carnés



La casa que habité en aquel pueblecito andaluz, cercano al peñón de Gibraltar, miraba a su Plaza Mayor y al reloj loco de su iglesia, vacía de imágenes religiosas.

Ante mi ventana había una calle recta, sin el más leve declive.

Al asomarme a ella en las mañanas—mañanas pobladas de voces y pregones: «¡Molletes calientes!» «¡Coquinas!» «¡Agua!» «¡La cá!»—, la veía blanca, húmeda y neblinosa a veces; clara y brillante, con brillos de sol en azulejos verdes y azules, en muros encalados, otras.

Al anochecer paseaban por ella jovencitas cogidas del brazo; jovencitas de esas que hablan incansablemente, como parejas de amantes, abismadas en el eterno tema del cine sonoro, de trapos, del tango de moda que resuena en un bar inmediato, de deseos no logrados, tal vez.

Pasaban mujeres de rostros atezados por los trabajos de muchos años, recontando mentalmente las ganancias que los devenearía el azúcar y la margarina adquiridos en Gibraltar en pequeñas porciones y vendidas luego a otras menos míseras que ellas.

Pasaban hombres hablando de vino, de apuestas, de barcos, de hembras: «La otra noche, en cá la Azucena...»
A medianoche mi calle era un magnífico amplificador.

Muchas veces, durante mi estancia en el pueblo, oí frases en la noche. Las oía arrebujada en la sábana, humedecida por el Levanto, y mi imagimación hacía bailotear ante mis ojos dramáticos figurones reminiscentes de antiguas historias de contrabandeo y pasión, leídas en la niñez. Alguna vez llegué hasta la
ventana y contemplé, temblando de frío, escenas trágicas, en las que se acometían dos sombras y brillaban dos aceros.

Nunca hubo en aquellos dramas epílogos rojos. En aquel pueblo, el sereno—guardia urbano— cortaba estos duelos con el punto final de su oportunidad.

En aquel cafetucho de la fería, famoso por sus tés de «a gorda», se repetían con cierta frecuencia cuadros de esta índole, que allí, algunas veces, terminaban trágicamente.

Mis amigos de allí me invitaron a visitarlo, y allá fui, entre curiosa y tímida.

Eran las seis de una bella tarde del otoño andaluz. La taberna estaba al final de Clavel, la calle Alcalá del pueblo. Próxima, la Plaza de Toros. Enfrente, la explanada del paseo de la Feria, solitario y barrido por un víento Levante muy fuerte, que se adhiere al rostro y a las manos.

El local, pequeño, estaba entonado en ocre. Había en él veladores redondos de mármol resquebrajado;
estanterías de botellas, cubiertas de polvo; caricaturas —-Facundo, el mozo, era un buen caricaturista— y en un rincón, hábilmente construido dentro de una botella blanca, al igual de esos Gólgotas que construyen los presos en sus largas horas de soledad, había un barquichuelo, con su perespectiva de mar.

Humo espeso en el ambiente: aroma de cigarrillos ingleses, mezclado al olor picante de los caracoles con
dimentados en la cocina.

Tipos avejentados de cargadores del puerto, recién llegados de Gibraltar, tiznados aún y con algún penny
en el bolsillo del pantalón; bebedores de té y de aguardiente.
.
Facundo, el mozo, nos habló del ambiento aquél instigado por mi curiosidad de forastera.

Aquí vienen tipos fetén, interesantes; pero sá menesté yegá a tiempo. A estas horas casi toos son mozos del muelle de Gibraltar, gente pacífica, aunque, si yega er caso, tamién manejan la navaja. Pero pasás las onse de la noche, ya es otra cosa. No les digo que vengan a esas horas, porque aquí vienen pocas señoras y podría habé una malage.

Anochecía.

Algunas mesas se quedaban vacías.



Un carbonero cantaba por lo bajo, acompañándose de un tamborileo de los dedos sobre el velador:

El otro tiene dinero,
yo zoy pobre de verdá,
el otro tiene dinero...

Entonces entró un hombre con paso torpe.

E un malage— dijo uno de mis amigos—. Veréi ustede cómo tenemos esaborisión.

En efecto, al poco rato, el sujeto aquel se acercó aun individuo que había de codos sobre una mesa, y le
ofreció una copa de coñac.

Ozté se va a bebé eza copa de coñá y se va a quita el mal gusto de boca.
—No quiero.


—Ozté se va a bebé eza copa, porque quié mi menda.
—¡Home, no cera tanto!
—Cuando yo digo a un hombre una coza, eza va al'artá.
—Me parece que vamo a tené guaza
—repitió mi amigo.

Y otro:

Ahí tiene. ¿No quería usted color local?

Los dos hombres habían ido aproximándose hasta casi tocarse. Estaban muy excitados, especialmente el que invitara, en posesión del falso valor que da el alcohol.

Bueno—consintió el solitario—; yo me bebo eza copa, pero uzté se va a traga veinte, Facundo, veinte copas paca.

Todos loa presentes se alteraron un poco. Alguien alcanzó la puerta y salió. Pero nosotros seguimos allí, pendientes de aquellos dos hombres.

El solitario se acercó al otro, que se limpiaba los labios con el dorso de la mano izquierda.

Y ahora, pa termina, compare, me vasté a demosrá ques hombre por las buenas o por las malas—sacó dos navajas y le tendió una de ellas al «flamenco»—.

Vamos.

Nadie se atrevió a intervenir.
Pero el otro no se movió, lo cual excito la ira de su interlocutor.

¿Con que «a chiclana»? Cuando yo llamo a un hombre afuera e pa que se defienda.
Se acercó al enemigo y le agarró la americana con la mano izquierda, a la par que esgrimía la navaja en
la derecha.

Antes se dirigió a nosotros con el gesto:

No asustarce, zeñore; no paza na.Se acercó al otro y le cortó un pico de la americana 

E pa recuerdo.
Y se guardo el pedazo en el bolsillo.








                                                                        Luis Javier Traverso





Documento aportado por Juan Manuel Ballesta  encontardo en la Biblioteca Nacional

jueves, 8 de diciembre de 2011

Diario de La Línea. Semana Santa de 1893





                                                                        Luis Javier Traverso





Gracias a la Colaboración del archivo Municipal

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