El actual sistema es deficiente porque es insuficiente
En varias ocasiones hemos traido a estas páginas el caso abnegado de las chicas telefonistas. Cualquiera que, como nosotros, tenga que servirse del telefono con harta frecuencia, ha podido comprobar el derroche de paciencia y el infatigable esfuerzo que realizan estas operarías con tal de atender a todos los usuarios realizando una labor tan intensa como insuficiente, puesto que ellas no disponen de otros recuarsos mecánicos —ni el publico tampoco, claro está— a fin de dejar complacídas la multitud de demandas que reciben.
Sinceramente, es elogiable el proceder de las telefonista de La Linea, aunque algunas personas no quieran reconocerlo asi y las juzgan mal por no poder atender con mayor rapidez a las múltiples llamadas que recibe n al cabo del día y de la noche. Hay que convencerse de una vez para siempre de esto: las chicas del teléfono no tienen la menor culpa de las deficiencias y anormalidades que ocurren con dicho servicio. Ellas hacen lo que sus fuerzaas le permiten. La culpa la tiene el teléfono automático; mejor dicho el no disponer del mismo después del tiempo que llevamos en esta situación.
La noche y las horas que siguieron a la catástrofe de Sevilla, la demanda de conferencia era constante, tenaz casi insoportable. Pero ellas soportaron ese trabajo abrumador sin una protesta, sin una queja, sin una palabra desabrida al público. Este se limita a llamar y llamar y volver a insistir exigiendo malhumorado y hasta violento la prontitud de un servicio que resulta imposible de realizar cuando se carece de otras líneas; cuando se carece de un teléfono automático digamoslo concretamente. Lo mismo que no se pueden pedir peras al olmo, tampoco se puede pedir normalidad y rapidez en las comunicaciones telefónicas cuando no existen medios ni facilidades, ni algún sistema relativamente moderno que cumpla esa misión con entera solvencia y capacidad. Cuando no existe el sistema automático , en una palabra, por el cual venimos abogando hace años sin un resultado urgente y positivo.
Sabemos que se han efectúado —y siguen efectuándose— gestiones acuciantes para lograr la instalación de tal sistema. Pero la situación no ha cambiado. Nada se ha conseguido. Seguimos viendo cómo se esfuerzan y se desesperan las señoritas de Teléfonos por no poder desarrollar su improba tarea como ellas quisieran desesperando de rechazo al cliente por no verse atendido en un servicio organizado para ganar tiempo, para abreviar, para solucionar casos de máxima urgencia, y no para que ocurra todo lo contrario.
Y asi continuamos, ignorando hasta cuando y el motivo de esa tardanza en llegar el teléfono automático, no obstante saber que es la única solución posible en circunstancias de tal magnitud. No es posible negar que tal medida requiere estudio, reflexión, calculos minuciosos, nivelaciones de compensaciones financieras. Pero, ¿acaso no ha habido ocasión de realizar todo eso en los años que llevamos padeciendo lo mismo? ¿Hasta qué punto es necesario insistir en la falta que hace en La Línea el teléfono automático, sistema que vendría a normalizar un estado de cosas lamentables por parte de todos? Este es un asunto que merece ser planteado de un modo decisivo y con ánimos de llegar hasta su definitiva, solución. Míentras no sea así, el servicio telefónico no estará atendido con la debida amplitud y diligencia y el descontento de quienes llaman a la Central chocara, indefectiblemente, con las empleadas, que se ven imposibilitadas, a la fuerza, de cumplir su mision en el desenvolvimiento de una labor tan precisa de rapidez y urgencia características que en este caso, no adornan a tal servicio al propio tiempo que se hace recaer sobre las empleadas un trabajo demasiado duro, fatigoso en exceso, agobiante, durante el cual nada tendría de particular que las comunicaciones presenten esos fallos y que esas chicas caigan desmayadas o rendidas ante el cúmulo de llamadas que les llueven desde todas partes.
Después de haber expuesto una situación que responde a la realidad; después de dejar constancia de las razones que informan la petición del teléfono automático; después de contar con la opinión unánime del público en cuanto se relaciona con la indicada necesidad; después de conocer el criterio incluso de los llamados a establecer el sistema aludido, que se inclina hacia esa conveniencia; después de la campaña desarrollada en un tiempo por este periódico, esta es la hora que nada en concreto se ha resuelto. La Línea ha crecido y sigue creciendo en todos los aspectos. Mientras que el teléfono automático, a pesar de lo dicho y escrito, no pasa de ser todavía poco menos que una utopia a juzgar por los años pasados con un servicio deficiente o insuficiente —para el caso es igual—; y a pesar de los esfuerzos de las telefonistas y la paciencia del público.
periódico AREA del viernes 1 de diciembre de 1961 en su página 3 |
Luis Javier Traverso
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Gracias a la Colaboración del Archivo Municipal de La Línea de la Concepción