Artículo publicado en el periodico
AREA del
18 de noviembre de 1987
La vida va evolucionando, y con ella las diferentes actividades. El siglo XX, sin duda, ha sido el «no va más» en cuando a cambios en todos los órdenes. Aquellos argumentos de Julio Verne, que hicieron «sonreír» a sus contemporáneos, suenan hoy a cuentos de hada.
Una de estas profesiones que prácticamente han desaparecido es la de «
latero». No hace todavía mucho tiempo era frecuente observar recorriendo las calles de la ciudad al latero, un hombre con un artesanal baúl a su costado, y una singular «
anafe» en la otra, pregonando su presencia y los diferentes objetos que era capaz de reparar: «
Se arreglan ollas, cubos, y cacharros metálicos», decía.
Y efectivamente, este artesano, era capaz de efectuar reparaciones en los más diferentes objetos metálicos,
habitualmente de lata o porcelana, cuyo «
culo» se encontraba roto. Su trabajo lo hacia en plena calle, en la puerta de la correspondiente clienta. Allí ubicaba su taller ambulante, atizaba las ascuas de la «anafe» y con un soldador manual
procedía a unir la «pieza» al roto del suelo del recipiente.
Aunque en principio era dos actividades bien diferenciadas, posteriormente el «latero» también «lañaba», es decir «echaba unos puntos metálicos» a recipientes de barro, como lebrillos o tinajas, en cuya superficie había aparecido una grieta. La necesidad obligaba a este tipo de párcheos.
Los tiempos han evolucionado, afortunadamente. Objetos que entonces se habían de reparar, hoy son desechados. Sin embargo, hay quien todavía recurre a repararlos, y busca al «
latero», aunque no son muchos los que siguen recorriendo las calles de la ciudad. Puede que haya algunos más del personaje que ilustra este comentario, al que nosotros nos atrevemos a citar como «
el último latero».
Gracias a la Colaboración del Archivo Municipal de La Línea de la Concepción