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Artículo publicado en el periódico El Imparcial del Lunes 10 de Agosto de 1896
Rara es la noche en que desde Gíbraltar no se oyen disparos hacia La Linea. Pero la gente no se alarma. No es que se han roto las hostilidades entre ingleses y españoles, ni que traten estos de sorprender la plaza. Es sencillamente que el resguardo español anda a caza de perros contrabandistas.
El pintoresco tipo del contrabandista andaluz, idealizado por la leyenda, cantado en los romances y hasta puesto en música en la ópera de Bizet, ha sido sustituido por perros.
De estos hacen, Algeciras y La Linea un consumo de 5.000 o 6.000 al año. ¡Pobres bichos! que vienen a pagar las culpas de las medidas fiscales y que mueren por el tabaco, sin fumarlo.
Cuanto al contrabandista, ha quedado convertido en un educador de perros y hé aquí su facha, según una fotografía de dos profesiónles típicos.
Hace pocos años, los perros, cargados de tabaco, hacían el contrabando por tierra, Sus amos salían de Gibraltar al cañonazo de la tarde, permanecían escondidos en el campo neutral hasta bien cerrada la noche, y luego iban soltando poco a poco los perros, que no obstante su carga, cruzaban con la velocidad del viento las líneas españolas y no paraban hasta entrar en los refugios a donde les habían enseñado a ir y donde ya los aguardaban los socios encargados de recoger el tabaco.
Tan grande era el contrabando que se hacía de esta manera y tan difícil acabar con el que la Compañía Arrendataria pidió y obtuvo autorización para tender de playa á playa, en el itsmo que enlaza a Gibraltar con el resto de España, un vallado de tela de alambre lo bastante alto para que no pudieran saltarlo los perros.
Los contrabandistas variaron entonces de elemento. En vez de hacer las introducciones por mar las hicieron por tierra; pero conservando a los perros como auxiliares principalísimos para la parte más comprometida de la faena.
En la bahía, dentro de las aguas inglesas hay pontones donde una porción de hombres se pasan el día haciendo paquetes de tabaco de forma especial, que después envuelven cuidadosamente con hule ó tela embreada. Antes del cañonazo de la tarde, es decir antes de que cierren las puertas de Gibraltar, todos los días pasan por La Línea y entran en la plaza varios hombres, seguidos de un número sospechoso de perros. Llegan al muelle, y hombres y perros se embarcan en botes que los llevan a los pontones. Luego, durante la noche, los perros; ya cargados y aparejados en la forma que representa el dibujo que sigue a estas líneas, y que como el anterior está tomado de una fotografía, son llevados silenciosamente en botes hasta cerca de la playa española, y una vez allí, los van soltando con intervalos de algunos minutos para que nadando lleguen a tierra, y luego corriendo pongan a salvo la mercancía de que son portadores.
Claro es que los carabineros y los Individuos del resguardo de la Compañía Arrendataria de Tabacos vigilan. ¡Pobre del perro que de noche se aventura por parajes sospechosos en aquellas playas! Una detonación y un aullido lastimero suelen servirle de oración fúnebre; porque los del resguardo tienen buena puntería. Asi se comprende el enorme consumo de perros que, como he dicho antes, hacen La Línea y Gibraltar
La educación de los perros contrabandistas no es cosa baladí, sino verdadero arte, y requiere en el maestro mucha habilidad y en el animal mucha inteligencia.
Una de las primeras lecciones consiste en enseñar a huir el bulto a los carabineros. Para ello acostumbran al perro a ir siempre a buena distancia delante del amo por el camino que más tarde ha de recorrer con la carga de tabaco. Una noche se esconde un hombre vestido de carabinero, y al pasar el animal lo coge y le administra una paliza soberana, de esas que dejan recuerdos para toda la vida. A los pocos días se repite la función, si el perro no anda listo y se deja coger otra vez por el fingido carabinero. Desde aquel momento raro es el perro que al ver un uniforme, aunque sea a una legua de distancia, no ponga pies en polvorosa.
Los pobres animalitos despliegan una sagacidad casi humana para evitar el encuentro con los del Real Cuerpo. Aprovechan el menor accidente del terreno para esconderse; se quedan inmóviles agazapados, mientras hay enemigos a la vista; y en cuanto se despeja el terreno, salen como una exhalación, sin hacer caso de llamadas, ni de tiros.
A los perros noveles no se les manda nunca con carga, sin que hayan hecho antes varias veces de vacío, y en compañía de otros perros amaestrados, el camino que han de recorrer. De modo que hasta en la educación de los reclutas ayudan los animales contrabandistas al hombre.
Así es como aprenden los perros nuevos en el oficio las artimañas necesarias para salvar el pellejo y la carga, los sitios buenos paea esconderse cuando hay moros en la costa, la conveniencia de una retirada a tiempo, y ¡quién sabe si hasta el culto del deber para no entregarse cobardemente con el tabaco que les han confiado!
Hay perros duchos en el oficio que despuntan en el arte de amaestrar á sus compañeros más jóvenes. Esos, según el articulista del Strand Magazine, de quien he tomado estos apuntes, no los darían sus amos por 40 ni por 50 duros, aunque son, por lo general, animales que distan mucho de figuraren el stud-book canino.
WANDERER.
Luis Javier Traverso
Documento perteneciente a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España