Artículo publicado en el periódico "El Siglo Futuro" del jueves 14 de Octubre de 1880
La heroica España de nuestros mayores, «abandonada en Westfalia y maltratada en Utrecht,» ni siquiera hace respetar en estos tristísimos días el tratado de Utrecht. Según las noticias que llegan del Campo de Gibraltar a todos los periódicos independientes, Inglaterra se esta burlando de un convenio hecho en pro de ella, y en odio á España. No pretendemos que el gobierno nos de noticia de lo que hace en este asunto, que ya sabemos a lo que esta obligado, en el modo de llevar negociaciones diplomáticas; pero encarecemos las necesidades de que haga algo, en que se manifieste, por lo menos, digno de estar al frente de la diplomacia española, seguro de que le han de apoyar todos los patriotas de verdad. Más que con otro alguno, puede contar con el apoyo de los tradicionalistas: entre las tradiciones a que rendimos culto, después de servir a Dios, está la de amar a la patria. En rigor, para nosotros ambas ideas se confunden en una. ¿Qué seria de nuestra patria sin la Religión Católica, sin Covadonga, sin los Reyes Católicos, sin Felipe II?
No es mucho pedir, ciertamente, que se respete en el usurpado Gibraltar el tratado de Utrecht.
Véase á continuación lo que dicen en una carta á un periódico de este Madrid, donde alegremente se pasea en lujosos trenes, se corren caballos en el hipódromo y se baila al compás de la lira de Asmodeo:
«La insistencia con que durante los pasados días vienen ocupándose todos los periódicos de invasiones hechas por el ejército inqlés que se halla de guarnición en Gibraltar en territorio de España, me mueve a dirigirle estas lineas.
Viviendo de largo tiempo aquí, he tenido ocaciones frecuentes de conocer la índole del asunto ahora debatido, y no pocas veces he sentido encenderse mi sangre de español al espectáculo de humillaciones que bien quisiera ocultar, si no fuera pecado el silencio en determinadas circunstancias.
La fecha de nuestras concesiones es antigua, y puede decirse que desde 1804 el tratado de Utrecht ha sido letra muerta. Por la fecha a que me refiero se declaró una epidemia en Gibraltar y las autoridades inglesas solicitaron y obtuvieron a título de devolución 100.000 metros cuadrados como campo de desahogo, a contar desde el pié de la Laguna. Terminada la epidemia, los ingleses no devolvieron el terreno adquirido ni el gobierno español recordó lo pactado.
Pasaron algunos años, y en 1828, otra epidemia disculpó una nueva solicitación de 50.000 metros cuadrados que pasaron y quedaron en dominio de Inglaterra, á pesar de la formal promesa de devolución. Empezaron entonces los contrabandistas británicos a usurpar lenta y sagazmente terreno, en tanto que nuestros gobiernos, siempre prudentes y amables, quisieron evitar todo conflicto y no trataron, siquiera débilmente, de obligarlos a permanecer dentro de la Laguna, situada al pié de las murallas.
Véanse hoy estas erizadas de cañones de 38 y 100 toneladas, mientras que España carece de ellos en Sierra Carbonera, en Punta Carnero y Tarifa. Olvido tanto más indisculpable cuanto que, organizados militarmente estos puntos, haríamos imposible el paso de todo buque por el Estrecho.
Nuestro dignísimo comandante general Sr. Canaleta puso todo esto en conocimiento del gobierno y dio por su parte órdenes severísimas al comandante militar de la Linea, Sr. San Juan, para que contuviera el avance usurpador de los ingleses.
Hízolo así el Sr. San Juan, y trasmitió las órdenes a los soldados del regimiento de Soria, que dan la centinela de la frontera.
El día 8 de Setiembre, y a cosa de media tarde, el soldado Manuel Hernández Ocaña, que se hallaba de patrulla despejando el campo español de las mujeres que se dedican a entrar contrabando por la puerta de la Línea, escapando por todos los medios imaginables a la vigilancia de los carabineros y de las matronas, ejercia su cometido a 140 ó 150 metros de distancia de las últimas garitas inglesas. Un oficial inglés, el que mandaba la guardia, adelantóse con déspotas ademanes hasta el citado soldado, dicíéndole se retirara 250 pasos más allá y gritándole: spaniard, spaniard.
Ei soldado no se movió, limitandose a contestar spaniard, spaniard, no, inglis, Laguna, Utrecht.
Al ver la negativa, el oficial llamó á su guardia para prender al Hernandez Ocaña, Pero éste, al ver acercarséles un cabo y cuatro soldados colorados (así se llaman aquí a los soldados ingleses), caló serenamente su bayoneta y metiendo una capsula en el Remigton, se lo echó á la cara dispuesto a hacer fuego.
Ante esta actitud, el oficial inglés se retiró con sus soldados. Impúsosele sin duda alguna el valor heróico de aquel hombre que esperaba sereno el ataque, solo para defender los derechos de todo un pueblo, en frente de la formidables baterías inglesas y de un ejército de siete mil hombres.
Hernández Ocaña quitó la cápsula, puso el arma en su lugar de descanso y tendió la vista en derredor para contemplar a las cien ó doscientas personas testigos de su serenidad.
—Ahora fuera del campo,—les dijo,— y cada cual a su casa como ha hecho el oficial inglés con sus colorados. En el campo no cabe nadie más que yo para echar los contrabandistas, que de todo tienen la culpa. ¡¡ Maldito tabaco, y á cuántos vagos de la Línea mantiene esta plaza de Gibratar !! Este maldito tabaco hubiera sido mi perdición y la de mis compañeros y la de España si esta tarde no tocan retirada los colorados; porque yo me llevo de viaje, si me atrepellan, a tres ó cuatro colorados, que hubieran echado patatas y manteca por las narices.
Más vale que no haya sucedido nada, y así seguiremos con prudencia enseñando los dientes a los coloraditos que nos quieren quitar más terreno. ¡Pobres coloraditos! ¿Si querrán quedarse con España como con la India?
Y continuó sus paseos, después de este discurso tan elocuente en medio de la rudeza de su forma.
He sabido que el coronel Sr. Jiménez San Juan llamó al Hernández Ocaña, le dio las gracias por haber evitado un conflicto con su prudencia, buen tacto y serenidad.
Todo esto pasó como digo la tarde del 8 de Septiembre entre tres y cinco de la tarde. Desde entonces siguen los contrabandistas traficando con doble escándalo, a la vista de los soldados ingleses. Los nuestros contemplan irritados estos escandalos, no obran por evitar un conflicto y se encuentran cohibidos en absoluto, so pena de dejarse prender en territorio español, lo que seria la mayor de las ofensas y el más bochornoso de todos los baldones.
Origen de muchas de estas cosas, aunque parezca extraño, es el incremento que tomó y va tomando la Linea. Tiene más de 12.000 almas, ninguna de ellas consagrada a la industria, a la agricultura ni al comercio estable. Hay aquí 200 chinos licenciados de presidio que van diariamente a Gibraltar a vender huevos y trapos ó a hacer cigarros; 400 hebreos que tienen sus tenduchos en Gibraltar; 5.000 carboneros, muchos do ellos consagrados a este comercio por ocultarse en su oscuridad a las miradas de la policía, 3.000 portugueses que se dedican a carpintería, albañilería y obras en Gibraltar; 600 hijos de esta población que tienen en pequeñas tiendas de comercio, y 2.000 vagos reconocidos que viven del merodeo y del contrabando en pequeña escala.
Toda esta población encerrada en casas pequeñas, sucias y carísimas, forman la Línea. De qué viven todos ellos no se sabe, aun cuando no dejan de dar gran contingente los 400 ó 500 almacenes de tabaco que posee la plaza de Glbraltar.
Se calcula qne salen de dicho punto de 4 á 5.000 arrobas diarias de tabaco ¿Dónde se fuman? Hé ahí el problema. El gobierno español podría descifrarlo y vendrían á sus cajas el 50 por 100 de beneficio que los contrabandistas de este género usurpan al Tesoro.
Al cañonazo del amanecer, salen de la Linea como locomotoras disparadas 4 ó 5,000 personas que acuden a tomar tiquetes en las inspecciones inglesas para poder entrar en Gibraltar.
Nueva ofensa para España, porque los ingleses entran en nuestro territorio como quieren y sin que nadie les exija requisito alguno. Y a este propósito recuerdo el relevo de un consul que quiso establecer idéntica medida que ellos en nuestro territorio.
Vienen diariamente en grandes masas, atropellando a todo el mundo por la carretera y acompañados de sus numerosas jaurías de perros, para correr en el monte las zorras que a él trajeron y que tantísimos daños han hecho en los ganados de nuestro campo. Llaman a la Línea el arrabal asqueroso de Gibraltar, y dicen que sus habitantes son como todos los españoles.
Esta es, señor director, la verdad lisa y desnuda de cuanto aquí pasa. Déjolo a su consideración; y autorizándole para que haga de esta carta el uso que más le conviniere, queda suyo afectísimo seguro servidor Q. B. S. M.—un español neto»
Luis Javier Traverso
Documento perteneciente a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España